Histoire d´O de Dominique Aury AKA Pauline Reage (1907-1998), es un texto referencial e icónico en la cultura BDSM/Fetish. Ella, escritora aficionada y convulsa, bajo una aparente timidez enviaba cartas -con un alto contenido de erotismo sadomasoquista y fantasía delirante- a quien fuera el editor de este compendio epistolar, monsieur Jean Paulhan, amor prohibido y secreto. Tras muchos años de anonimato y mito, reveló su identidad al público y actualmente es considerada una intelectual de culto irrefutable. Esta novela marcó un hito hacia los años 60's del siglo pasado (publicación de 1954) dentro de la contracultura que se forjaba en ambos lados del Atlántico, es interpretada y llevada al cine en 1975 por Just Jaeckin con el protagónico de Corinne Clery.
Fragmento:
Una vez que hubieron subido a la habitación, desnuda O sobre la cama, Franck la observó fijamente y, antes de echarse junto a ella, le dijo:
Fragmento:
Una vez que hubieron subido a la habitación, desnuda O sobre la cama, Franck la observó fijamente y, antes de echarse junto a ella, le dijo:
-Perdona, O, pero tu amante
también te hacía azotar, ¿verdad?
-Sí, -dijo O, y vaciló-.
-Sí, habla, -dijo Franck-.
-Mi amante no me insulta, -dijo
O-.
-¿Estás segura?, -respondió el
joven-. ¿Nunca te ha tratado de puta?
O sacudió la cabeza y, al mismo
tiempo, supo que mentía. Sir Stephen la había tratado de puta, simplemente, al
hablar de ella en el salón privado de Lapérouse, al entregarla a los dos
ingleses, y durante la comida, cuando la había obligado a desnudarse para ver
sus pechos cicatrizados, lastimados.
O alzó la vista y encontró los
ojos de Franck fijos en ella. Eran de color azul oscuro, dulces, casi
compasivos. Respondiendo a lo que él no decía, O murmuró:
-Si lo hizo, tenía razón.
Franck la besó en la boca.
-¿Tanto le amas?, -preguntó-.
-Sí, -dijo O-.
Entonces el joven no dijo nada
más. La acarició tan largamente en los labios de la hendidura de la vulva que O
empezó a jadear hasta perder el aliento. Después de haberse hundido en ella, el
joven cambió la vulva por el ano, pronunciando en voz muy baja: “O”. Ella
sintió que se cerraba en torno de aquella estaca de carne que la empalaba y la
hacía arder.
Él se perdió en ella y se durmió
bruscamente apretándola contra sí, las manos sobre sus senos, las rodillas
ajustadas en la concavidad de sus rodillas. Hacía frío. O subió la sábana y el
cobertor y se durmió también. El día declinaba cuando se despertaron. ¿Cuántos
meses hacía que O no dormía en brazos de un hombre? Todos, y en especial Sir
Stephen, se acostaban con ella y después se marchaban o la hacían marcharse. Y
éste, que poco antes la había tratado con tanta brutalidad, ahora se sentaba en
sus rodillas para pedirle amablemente, como Hamlet a Ofelia (Ofelia, -decía
él-, que también empieza con O), si podía acostarse contra su pelvis. Apoyando
la cabeza en la vulva de O, el joven daba vueltas a los grilletes una y otra
vez, haciéndolos resonar contra la espalda de ella. Encendió la lámpara de cama
para verlos mejor. Leyó en voz alta el nombre de Sir stephen inscrito en el
disco y, fijándose en el látigo y la fusta entrecruzados, grabados debajo del
nombre, preguntó cuál de ellos prefería emplear Sir Stephen. O no contestó.
-Responde pequeña, -dijo el
joven, con ternura-.
-No sé, -dijo O-, los dos, aunque
Norah empleaba la fusta.
-¿Quién es Norah?
El joven hablaba de una manera
tan abandonada, tan confiada, que O tenía la impresión de que responderle era
como hablar para sí misma, como hablar sola en voz alta y, por lo tanto, respondió
sin pensarlo:
-Su sirvienta, -contestó-.
-Entonces hice bien al decir que
te azotaran.
-Sí, -dijo O-.
-Y tú, ¿cuál prefieres?,
-preguntó el joven-.
Esperó. O no le respondía.
-Lo sé, -dijo el joven-,
acaríciame también con la boca O, te lo ruego.
Y se colocó justo encima de ella,
que empezó a acariciarlo. Luego el joven la cogió por el talle con las dos
manos para ayudarla a ponerse de pie, y le dijo:
-Bien, bien, bien...
Le besó los senos y le abrochó el
corsé. O lo dejó hacer sin siquiera darle las gracias, embargada de dulzura. El
joven le hablaba de Sir Stephen. Finalmente, luego de haber llamado a un criado
para que se la llevara, estando O con sus ropas ya puestas, le dijo:
-Mañana haré que te traigan de
nuevo O, pero te castigaré yo mismo.
Ella sonrió cuando el joven
agregó:
-Te castigaré como él.
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